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Me fecunda la música que tonifica y cura; Estudiante de Derecho y Licenciatura en Trabajo Social. Adicta a los amigos, de Santa Fe siguiendo el ejemplo del salmón. "Creo que es crucial saber de dónde vienes para tener una mínima idea de hacia dónde vas" L.
Era una mañana de aquellas mañana de otoño con el aire fresco y seco. Don Miguel salió de su casa con su gamulán negro y una bufanda tejida con un par de agujeros provocados por las polillas del viejo ropero, mientras caminaba por las calles la helada brisa golpeaba su rostro y el crujido de las hojas en el suelo acompañaban el silencio de sus pasos. Luego de un largo tiempo de andar llegó a un lugar abandonado, parecía un galpón enorme, entró y observó que se encontraba lleno de máquinas cubiertas de polvo, el feo olor a óxido lo envolvía y se mezclaba con su dulce aroma, él herrero Miguel dio unos pequeños pasos, sopló sus manos para darle un poco de calor y se sentó sobre un roca, siguió mirando a su alrededor y comenzó a recordar aquel 21 de abril de 1949, un día soleado y hermoso, cuando ingresó a trabajar en los talleres de las empresas de ferrocarriles General Belgrano, donde se desempeñó durante dos años de su vida como Peón “E”, aquellos fueron unos de los momentos más felices de su historia ya que con dieciocho años su padre le cumplió el sueño de entrar al ferrocarril. Mientras observaba el deterioro del lugar se reía de aquellas anécdotas que se le venían de repente a la cabeza. De inmediato se levantó, vio una máquina tapada con una tela blanca que con el paso de los años se había vuelto amarillenta, su curiosidad lo llevó hasta esa otra maquina que se escondía debajo de la manta; la retiró y colindantemente se acordó que fue su lugar de trabajo por el resto de los años. No pudo evitar rememorar aquel 16 de abril de 1951 cuando le otorgaron el puesto como machacador “C” y luego de seis meses de esfuerzo lo ascendieron como machacador “B”. Imborrable aquel primero de noviembre para Don Miguel, así paso sus años, arreglando las piezas rotas de los vagones, metido entre el aroma de los hierros y el vapor de las máquinas que rotas llegaban, todo un orgullo para su familia y principalmente para su esposa Elvira. Miguel volvió a cubrirla con la vieja sabana y siguió recorriendo el lugar, riéndose de los momentos buenos vividos y de las cosas importantes que aprendió. Después de recorrer todas las instalaciones, un poco cansado y agitado se encontraba, los años ya no lo beneficiaban, se sentó sobre unos cajones que había tirado, y en medio de toda emoción y magia en la que se encontraba, una lágrima caía de sus ojos, rodeando las arrugas de su rostro y entre esa lágrima estaba su más triste momento en medio de tanta felicidad, cuando se enteró que los talleres y el ferrocarril se iban a cerrar, ya que para el gobierno éstos daban pérdida de ganancia y no beneficiaba al país. Su sueño de jubilarse allí se derrumbó como una montaña, porque sabía que en poco tiempo iba a ser despedido y sin otra alternativa tuvo que presentar su renuncia.
Miguel lloraba cada vez más fuerte, porque en su mente esta presente aquel 28 de diciembre de 1961, ese telegrama que su mujer recibió dónde en breves palabras decía: “Certifico que el Señor Miguel A Clausen ha estado al servicio de este ferrocarril (departamento mecánico, talleres Santa Fe) desde el 21 de abril de 1949 hasta el 24 de noviembre de 1961 habiendo desempeñado una seria de empleos, dejando el servicio por egreso voluntario”. Esperó un minuto sentado, donde los rayos del mediodía ya se hacían notar, se levantó secando su cara con un pañuelo y salió de aquel lugar abandonado.
Rumbo a su hogar, se encontró a unos de sus ex compañeros, Marcos, no podía creer que todavía estuviera vivo ya que era mucho mayor cuando lo conoció, caminaron unas cuadras y se sentaron en un bar a conversar. A los dos lo unía un mismo pasado: el ferrocarril. Charlaron por horas contándose su vida, su familia, la felicidad de tener nietos y demás. Marcos le preguntó a Don Miguel que había sido de la vida luego de la renuncia, y el muy triste le respondió que después de presentar la renuncia, de fracasar en su sueño, ni otro empleo que tuvo lo pudo hacer olvidar, pero mucho peor fue de Marcos que vivía en Laguna Paiva donde el calor del pueblo provocado por los habitantes paso a llamarse Pueblo Fantasma, ya que muchas familias debieron abandonar todo lo que habían construido allí. Miguel y Marcos revolviendo el pasado decidieron que no podía quedar así, que sus nietos deberían de crecer con el ferrocarril, aprender a valorarlos y saber su importancia, así que planearon un segundo encuentro.
Luego de una semana de lo transcurrido, se encontraron a la misma hora y en el mismo lugar con la meta de ir con un grupo de personas que ya habían logrado conseguir, al reclamar la valorización del tren, así que después de unas horas de preparativos al compás de los bombos marcharon hasta la estación Belgrano. Al llegar al mediodía nada habían logrado ya que ni el gobierno ni nadie le daban respuestas o alguna iniciativa, así que muy triste decidieron volver a sus hogares.
Después de tres años pasado Miguel había fallecido de Neumonía, y ya que no puedo concretar el sueño, su sueño de jubilarse y el de todos los ciudadanos del país, me encuentro escribiendo la historia de unos héroes para comenzar haciendo justicia por todos ellos que de su vida le arrancaron una parte: “Su Ferrocarril”. Fin


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